Hace 28 años, el máximo exponente del folclore argentino moría en Nimes, Francia, horas después de tener que cancelar un recital. Un virtuoso de la guitarra, un poeta de las cosas simples, un hombre comprometido con sus ideas y con su tierra. Un artista que recién en los últimos años fue merecidamente reconocido por su país.


“Soy un cantor de artes olvidadas que camina por el mundo para que nadie olvide lo que es inolvidable: la poesía y la música tradicional de Argentina”.

Así le gustaba definirse a Atahualpa Yupanqui, unánimemente considerado como el máximo exponente de nuestro folclore. Un hombre que consagró gran parte de sus 84 años a la música y a la poesía. Hasta el último instante: falleció el 23 de mayo de 1992 en un hotel de Nimes, Francia, horas pocas después de tener que suspender una actuación porque no se sentía muy bien.

Hijo de un padre con raíces quechuas y una madre del país vasco español, Don Ata nació en el paraje Campo de la Cruz, en José de la Peña, partido de Pergamino, el 31 de enero de 1908. Fue anotado en el registro civil como Héctor Roberto Chavero.

A los seis años empezó a despuntar su pasión por las cuerdas, primero con el violín, y casi de inmediato se volcó a la guitarra, instrumento que tocaba con su condición de zurdo, es decir, con el diapasón en su mano derecha. Hacía 16 kilómetros a caballo para tomar clases con el profesor del pueblo, con quien aprendió también a saborear la música clásica, con Beethoven, Albéniz y Bach entre sus favoritos.

Yupanqui era hombre de a caballo. Su favorito fue El Extraño, un zaino brioso.
Yupanqui era hombre de a caballo. Su favorito fue El Extraño, un zaino brioso.

En 1917, la familia Chavero cambió el paisaje de la llanura pampeana por los montes tucumanos donde el pequeño Héctor sumó más melodías y paisajes a la inspiración literaria que ya manifestaba. A los 13 años, cuando escribía sus primeros poemas en el periódico escolar, comenzó a firmar como “Atahualpa”, el nombre del último soberano inca, un homenaje a los ancestros paternos. Luego, agregó “Yupanqui”. Atahualpa Yupanqui, “el que vino a narrar desde tierras lejanas”, toda una definición para el juglar criollo que llevó su obra a todo el mundo. Un artista precoz que a los 19 años compuso ese himno que es “Camino del indio”.

Andando hizo camino el artista trashumante. Desde Tucumán enfiló por los valles calchaquíes, hacia Jujuy y el sur de Bolivia. En su derrotero, fue maestro, periodista, peón rural, pero por sobre todo, músico. A los 23 años, se casó en Buenos Aires con su prima María Alicia Martínez, aunque poco después se instalaron en Entre Ríos, donde nació Alma Alicia, su primera hija. Eran los tiempos de la Década Infame y como en 1932 participó de un intento de revolución, tuvo que dejar la tierra entrerriana para refugiarse en Montevideo, primero, y en el sur de Brasil, después. En el exilio supo que había nacido su segundo hijo, Atahualpa Roberto.

De regreso en 1934, continuó con su vida itinerante. Recaló en Rosario, en Tucumán, en Buenos Aires -donde debutó en la radio-, Santiago del Estero, Salta, Jujuy, La Rioja. Y aunque en 1936 nació en Rosario Lila Amancay, la separación ya era un hecho. María y sus tres hijos volvieron a vivir a Junín. La vida nómade de Atahualpa no era para cualquiera.