"Me encanta el sector agropecuario porque realmente siento que está alineado con mi propósito, que es hacer que la tecnología tenga un impacto real en el mundo", relata la nueva protagonista de ELLAS.


Me encanta lo que hago hoy porque está alineado con mi propósito que es hacer que la tecnología aplicada a la producción de alimentos tenga un impacto real y positivo en el mundo”.

La frase sintetiza el momento presente de Camila Petignat, actualmente partner (socia) en The Yield Lab Latam, un fondo de capitales de riesgo especializado en buscar startups y emprendedores del rubro AgriFoodTech (agricultura, alimentos y tecnología) para invertir en ellos.

Ese es su trabajo hoy, pero Camila estudió biología molecular y biotecnología, emprendió durante seis años, y tiene un intrépido camino desandado con una visión particular: “Soy el Grinch del emprendedurismo”, afirma

De chica, Camila sabía que su vocación profesional iba a transitar las ciencias. Fantaseó con hacer medicina, arqueología y hasta astronomía. Pero una buena maestra secundaria en la materia de biología, inclinó la balanza hacia la biología molecular y biotecnología.

En 2011, a raíz de un trabajo de investigación en el último año de la Facultad, Camila junto a una compañera, Anabella Fassiano, pusieron en marcha Neogram, una startup que buscaba herramientas biotecnológicas que mejoraran la calidad nutricional de plantas forrajeras tropicales y subtropicales.

Pasaron por muchas complicaciones, algunas satisfacciones también (en 2014 Camila recibió, en nombre del equipo, el reconocimiento a emprendedores jóvenes del prestigioso MIT, en castellano el Instituto Tecnológico de Massachusetts) pero seis años después Camila y su socia decidieron el cierre de ese camino, que conllevó la apertura de otros y dio lugar a The Yield Lab, su trabajo actual.

Hace unos meses vive en Miami con su pareja y su pequeña hija de cuatro años y desde allí atendió a Infocampo para ser la protagonista de un nuevo capítulo de la serie de podcast ELLAS.

– ¿Cómo fue tu infancia? ¿Dónde naciste? ¿En qué contexto te criaste? ¿Qué hacían tus padres?
– Soy del sur del Gran Buenos Aires. Nací en José Mármol, al lado de Adrogué. Soy la primera de tres hermanos. Mi papá es ingeniero agrónomo. El primer recibido de su familia. Y mi mamá profesora de historia. Las familias de ambos vienen de tradición comerciantes, empresarios, emprendedores. En distintos rubros. Las dos familias vienen del interior, de Santa Fe.

– ¿Tenés algún recuerdo de campo de ese momento?
– Mi papá trabajó mucho tiempo en empresas de insumos. Yo no iba al campo, no tenía esa experiencia de chica. Siempre estaba circunscripto a la experiencia de mi viejo que llegaba con las botas llenas de barro, las épocas de lluvia cuando iba a ver un ensayo. Pero, por otro lado, el hermano de mi papá, también agrónomo, sí tenía un vínculo con el campo más cercano y alguna que otra vez habremos ido al campo a jugar y andar a caballo, pero muy poco.

– ¿Cómo, en ese contexto, te largaste a estudiar biología molecular y biotecnología? ¿Era tu plan A? ¿Había plan B?
– Mi interés o vocación con el tema científico viene de que siempre me gustó entender la naturaleza. Era muy curiosa. Aun teniendo como única exposición a la naturaleza el patio de mi casa. Pero siempre me llamó mucho la atención el mundo de las ciencias. Y cuando me preguntaban qué quería estudiar, de chica siempre respondía dentro de las ciencias: medicina, arqueología, etc. Me acuerdo que leía en el colegio unos libros de aventura y había mucho de arqueología ahí. Después en sexto hicimos un trabajo sobre el espacio y me copé que quería estudiar astronomía. Pasé por una época de querer ser genetista, y las enfermedades, salud. Siempre fluía dentro de ese espectro. Nunca era el deporte, ni el arte (se ríe)… matemáticas siempre fui malísima. Incluso era uno de mis dilemas cuando pensaba en estudiar astronomía, donde es clave la matemática.